Jaime Gamboa, un corazón hecho pájaro
Esta es la historia de un hombre que nunca se sintió bajo la sombra de su hermano, sino más bien sobre su brazo
Por: Jorge Mora
Publicado el 3 de septiembre del 2017
Aquella noche de 1980, había algo particular en el escenario del Teatro Nacional. Mientras Adrián Goizueta dirigía su icónica banda experimental, una melena de colochos se escapaba de los límites de un atril, a un costado del escenario. Atrás de ese metal, un muchacho de dieciséis años llamado Jaime Gamboa escondía su rostro. Tal era el miedo que no lo tranquilizaba ni el hecho de tocar junto a su hermano Fidel, quien se encontraba a escasos metros de su posición.
Jaime, atado a su bajo, no se encontraba explicaciones de su temor. No era la primera vez que pisaba el escenario del Teatro Nacional —se había presentado como parte del coro del colegio Castella y como contrabajista de la Sinfónica Juvenil—, pero era su primera vez en la que se encontraba tan aterrado.
«Yo ni siquiera sabía a lo que me iba a enfrentar. Una cosa es estar en la fila de contrabajos de la Sinfónica y otra cosa es ser el único bajo en un teatro lleno de expectativa. En ese tiempo, estar con Goizueta era como estar con La Sele, y yo era un chiquillo, un güila, un cagado» confiesa Jaime tanto tiempo después, sentado, riendo y aún con colochos en su cabellera.
Cada vez que Jaime habla de su vida, recuerda a su hermano, a pesar de que la entrevista está enfocada en su carrera personal. Estamos sentados en el Centro Nacional de Cultura de San José, exactamente seis años después del fallecimiento de Fidel. Esa misma noche, Jaime será el maestro de ceremonia en un homenaje a su hermano. Es inevitable mezclar sus recuerdos con la silueta de Fidel que oscila en sus recuerdos.
Jaime asegura haber entrado a aquel selecto grupo de Goizueta gracias a su hermano. Era una época donde escaseaban los bajistas con conocimiento en lectura musical, y Goizueta necesitaba uno.
—Mirá, Adrián. Mi hermano como que manosea el bajo— le manifestó Fidel a Goizueta en una ocasión, a finales de los setenta.
—Vení a mi casa. Te voy a poner los papeles y vamos a ver cómo te va— le dijo Goizueta a Jaime.
«Al año siguiente, hicimos gira internacional y nos fuimos a Panamá. Adrián iba de tutor con permiso del Patronato Nacional de la Infancia, de mi papá y de mi mamá. Ellos estaban tranquilos porque iba con Fidel que tenía dos años más que yo y ya era una figura reconocida en el jazz porque era un muy buen improvisador».
A pesar de que fue presentado públicamente como un bajista, Jaime atravesó un abanico de instrumentos como pocos. Cuando apenas tenía seis años, agarraba ollas y se juntaba con Fidel y su otro hermano Héctor en el patio de su casa para tocar. Un día, Jaime recibió un violín como su primer instrumento oficial. Después, su tío Max Goldemberg empezó a enseñarle los primeros acordes de guitarra.
«Fidel, más que nadie, agarraba una flauta y la sonaba; agarraba una guitarra y la sonaba; agarraba un cuatro venezolano y lo sonaba. Era muy talentoso y un poco detrás yo hacía lo que podía. Ese oído que tenía Final le permitía ir descubriendo acordes, y también, impulsados por Fidel, componíamos canciones chiquillos. Tocábamos mucha música infantil hecha por nosotros mismos, musicalizábamos muchos poemas porque en mi casa se leía mucho. Leíamos Don Quijote de la Mancha, agarrábamos poemas e hicimos una cantata pretenciosa que contaba toda la historia de Don Quijote en una canción larga» recuerda Jaime entre risas.
Con la infancia alternada entre la música y la literatura, Jaime era feliz. Como muchos niños, recuerda con especial cariño El Principito y Cocorí, ya que sus padres leían muchos cuentos de libros infantiles que aún guarda.
«Leíamos mucho Alicia en el país de las maravillas, pero sobre todo Alicia a través del espejo que es increíble y nos llenó la cabeza de fantasía. Agarramos ese libro para componer muchas canciones bastante buenas que nunca han salido a la luz. Después escogí mis propias cosas por leer y me metí con ganado bravo».
—¿Qué hace usted leyendo El castillo de Kafka? —le dijo en una ocasión Olga, su madre—. Búsquese otra cosa
—Déjeme —respondió Jaime con paciencia—. Ahí voy…
«Había muchas cosas que yo leía y no entendía. Otras sí y me marcaron mucho. Nos leíamos por tarea el boom latinoamericano y mi mamá me veía pasar con todo Vargas Llosa; con todos los libros de García Márquez… Todo lo de la librería lo ponía en la mesa de noche y empezaba por tarea. Fueron años muy ricos para mí en formación literaria porque me sentía libre. A veces ponía a Bach mientras leía Rayuela» recuerda Jaime con una risa pronunciada.
De tanto leer, tanto quería escribir. En la soledad del teatro del Castella, mientras estudiaba contrabajo, pasaba practicando hasta que sus dedos se cansaran. Después de cada media hora, Jaime sacaba una pequeña libreta y comenzaba a escribir poemas.
Cuando llegaba a sus clases regulares, la historia no era diferente. Siempre tenía cerca a su libreta para atacarla con pensamientos y versos que despedía su adolescencia.
—¿Y tus compañeros reaccionaban diferente con vos ya que andabas en giras y conciertos importantes con Goizueta?
—En el colegio la gente tocaba con grupos, entonces era algo normal. Mi hermano tocó con muchos grupos antes de salir de quinto, así como actores jóvenes salían en obras de teatro. Por supuesto que estar con Adrián era algo muy bueno, pero uno lo veía como que iba a estar en un lugar donde iba a aprender mucho. Eso nos ayudó a no llenar la cabeza de aire ni de fama sino de música.
Ese poemario nutrido en cada oportunidad resultó ser el proyecto de graduación de Jaime en literatura, abriendo las puertas para que, inmediatamente, estudiara lingüística en la universidad.
***
Con el terreno marcado por letras y pentagramas, Jaime se graduó como filólogo. Entró en los salones heredianos de la Universidad Nacional con el traje de profesor, pero con la mente del muchacho de dieciséis años que golpeaba sus ojos contra obras literarias completas cada noche de su adolescencia.
—Los alumnos me decían que les gustaban mis clases porque yo me olvidaba del programa como profesor. De repente me ponía a hablar de otras obras y fueron tiempos muy bonitos. Lastimosamente, la necesidad me llevó a otras cosas. Me salí de la docencia y entré en el área de la creatividad publicitaria.
—¿También tuviste que hacer una pausa como músico?
—No. Yo nunca dejé la música. Seguía haciendo giras con Adrián Goizueta… Solo una vez hice una pausa durante año y medio, cuando estuve como presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Nacional. El grupo tenía gira de dos meses y no podía dejar la presidencia. Fue en el 86 y luego fui reelecto en el 87. De hecho yo me había salido del grupo, pero el carajo que me sustituyó, que era un genio, tenía que vivir de la música y el grupo no daba para comer únicamente de eso y yo creo que me readmitieron por eso —confiesa Jaime con la inocencia de un niño.
El mundo de la publicidad consumió a Jaime desde 1992. Desde ese momento, la relación simbiótica entre Jaime y Fidel fue más evidente que nunca.
Ambos se juntaban y las letras de Jaime volaban de los papeles hasta llegar a los instrumentos de Fidel. Sus letras y música eran unidad y los resultados de jingles y temas publicitarios hacían pensar que algo grande podía salir de ambos.
En 1995, Jaime dejó de tocar con Adrián Goizueta, pero aún estaba presente en pequeños grupos de blues y jazz donde aparecían figuras como Manuel Obregón y el mismo Fidel.
—Hacíamos mucha publicidad, mucha música… el viejo oficio de ambos y quedaba muy bien. Hacíamos música hasta para películas y un día Iván Rodríguez y «Tapado» (Vargas) nos dijeron: ¿Por qué no hacemos un grupo y ustedes componen la música? Y así surgió Malpaís.
—¿Qué sentían que hacía falta por decir musicalmente en ese momento?
—Nunca nos lo dijimos explícitamente. Era natural. Sabíamos que teníamos muchas cosas por decir que no habíamos dicho en otros grupos, como traer música de nuestros orígenes con calidad, pero sobre todo el propósito era que Fidel pudiera expresar su genialidad como músico y compositor. Eso fue Malpaís —dice mientras lanza una risa cortada—. No había ninguna pretensión de pegar porque ya éramos gente grande y lo que queríamos era un experimento de música nuestra.
A partir de 1999, Iván Rodríguez, quien fue un compañero de Jaime en el colegio, propuso una formación inicial para la banda: Fidel sería la voz y la guitarra, Jaime haría coros y tocaría su bajo, Tapado estaría en su inseparable percusión, Pato Barraza también haría voces y tocaría la guitarra eléctrica, Bernardo Quesada cantaría y estaría en el teclado, y el mismo Iván tocaría su violín.
En ese momento, Pato Barraza se encontraba como figura de la agrupación Inconsciente Colectivo, y Bernardo realizaba la producción de su disco Cuervo Blanco. A pesar de que había algunas canciones grabadas con las voces de Bernardo y Pato, era insostenible mantener ensayos donde estos miembros no podían asistir por problemas de horarios.
En el primer año del siglo, Jaime tocaba con Fidel en un grupo de jazz llamado Cuarteto Esporádico. En la percusión se encontraba Kin Rivera y en el piano tocaba su antiguo amigo Manuel Obregón. La idea de incluir a Obregón en Malpaís floreció repentinamente y el grupo tomó forma.
Una vez que se produjo material que dejó satisfechos a sus integrantes, Jaime estaba consciente que quería llevar el proyecto más allá.
«Lo vacilón fue que en esa búsqueda le ofrecimos el material a Sony. En ese tiempo, Arnoldo Castillo era el gerente y nos dijo: «Esto me gusta mucho, hay que pegarlo» y nos dio el primer disco de 2003. Luego Arnoldo se dedicó a sus proyectos y se fue de Sony, y la gente que llegó no se interesó en nosotros. El disco quedó embodegado».
Malpaís solo vendió trescientos discos en ese momento, pero ninguno de sus integrantes se preocupó por las alarmantes cifras: ya lo tenían previsto. Aún así, Jaime estaba consciente de que tenían más material grabado para el disco siguiente, y se sorprendió cuando una tarde, Iván Rodríguez les hizo una propuesta.
—Muchachos, la Aduana está recién retomada. ¿Por qué no hacemos un concierto a ver cuánta gente llega? Es un espacio bonito y yo creo que la gente está quemando el disco aunque no hayan muchos vendidos.
Fue a finales de 2003 cuando Malpaís se decidió a hacer la presentación.
«Esa noche hicimos ese concierto con amigos. Casi que nos regalaron el sonido, todo estaba hecho por amistad. Íbamos a celebrar la música ya que a todos les gustaba el disco, era una fiesta. En eso, vimos ese filón afuera de la Aduana y nos dijimos que no estábamos preparados para eso. Como era un espacio pequeño, habíamos separado con mantas el lugar para que se viera más grande. Entonces alguien gritó: «Muchachos quiten esas mantas que ahí hay un montón de gente afuera». Se repletó la Aduana y ahí nos sonó la campana y apareció Papaya Music».
El disco se había pasado de mano en mano. Miles de personas se sabían las canciones del grupo, y los ojos de Jaime se agigantaron al escuchar las letras de sus canciones en coro. Él incluso llegó a creer que Malpaís era una banda de nicho.
«Fidel era el más pesimista. Nos había dicho: «Si llegan quinientas personas, démonos con una piedra en el pecho y agradezcámosle a la vida por permitirnos hacer lo que hacemos». Al fin de cuentas ese era el objetivo. Empezamos a ver las cosas distintas. Surgió la idea de hacer otro disco con la promoción como se debe. El segundo disco fue de conciertos multitudinarios».
Malpaís cambió para siempre su rumbo. Desde aquella noche, Jaime atestiguó anfiteatros llenos, discos vendidos en cantidades superlativas, llenazos adónde iban…
—Había que empezar a tomarlo de otra manera. A planificar distinto, pero nunca cambiamos lo que queríamos hacer porque nos llenaba mucho.
—¿Tenés algún recuerdo particular de esos días?
—Demasiada gente nos llegaba con historias de impacto en su vida —recuerda Jaime y deja un espacio en el aire para pensar. Después de unos segundos, retoma sus palabras—... Una muchacha llegó una vez y decía: «Yo nunca conocí a mi abuelita pero oigo Boceto para esperanza y siento que la conocí». Contramarea es una canción sobre migraciones y alguna gente decía: «Es que esta es una canción para mi hijo». Esas lecturas que hace la gente de las canciones es de lo más lindo.
***
El origen de Malpaís surgió con el disco Uno, del 2003. En su primera canción (el «bautizo de fuego» diría Jaime) llamada Boceto para esperanza, Fidel Gamboa repite en su coro «si fueras a volver, llévame ahí… si fueras a volver, llévame ahí...»
El 28 de agosto de 2011, a causa de un infarto múltiple, Fidel Gamboa falleció. Apenas se publicó la noticia, Jaime confirmó su muerte y pidió a la prensa un espacio para guardar el luto.
«Mirá, fue natural que no pudiera estar en un escenario. Yo no podía tocar, yo no podía cantar, yo no podía hacer nada» recuerda Jaime con los ojos entornados.
Tres meses después, Malpaís se reunió para el concierto «Más al norte del recuerdo», que significaría el fin definitivo de la agrupación, después de producir siete álbumes de estudio y ganarse un terreno en el inconsciente colectivo costarricense.
«Hicimos el concierto de despedida en el estadio (Nacional) y realmente sentimos que ese era el final. Fue pasando el tiempo y fuimos sintiendo la necesidad de tocar, además de mantener viva la llama porque sentíamos que la obra de Fidel no terminaba ahí. Cómo decirte… él no estaba pero el camino que había abierto seguía ahí. ¿Qué razones buenas teníamos para no hacer el camino más lejano?».
En febrero del 2013 se dio la sorpresa: Malpaís regresaría a los escenarios el día del concierto de Silvio Rodríguez en Costa Rica. Jaime y el resto de músicos se daban una segunda oportunidad.
—Lo primero que debíamos suplir fue el tema musical. Necesitábamos a alguien que tocara la guitarra y apareció David Coto que es un músico extraordinario. Luego teníamos que suplir la voz del grupo y lo primero que se nos ocurrió fue que nosotros mismos cantáramos».
—¿Fue propiamente idea tuya recuperar a Malpaís?
—Yo nunca paré de componer. Incluso componer me salvó de los momentos donde no quería tocar, porque yo no quería estar en un escenario. Compuse un montón de canciones en esa etapa de duelo. No todas quedaron bien pero otras sí. Era algo automático. Yo estaba solo en la casa, agarraba un papel y me ponía a escribir. Un día le dije a los chicos: «Yo tengo canciones. Si Malpaís se deshace del todo díganme porque yo quiero grabar las canciones que he estado componiendo». Todos se quedaron asustados y dijeron: «No, no. Traelas y vemos qué pasa» y las traje y nos hicimos un concierto.
A partir de ese momento, Malpaís regresó, sin la necesidad de enamorar a un público que nunca dejó de pensar en su música.
Hoy, 28 de agosto del 2017, se cumplen seis años de la muerte de Fidel. Hoy, precisamente, el Anfiteatro del CENAC tendrá un nuevo nombre: Fidel Gamboa Goldemberg. Como un homenaje, Malpaís dará el bautizo a este escenario.
Mientras develan la placa con el nombre de su hermano, Jaime queda del otro costado del anfiteatro. Lleva un micrófono en la mano porque será el maestro de ceremonia. Una vez que mira a su madre con los ojos puestos en la leyenda de la placa, solo asiente y parpadea rápidamente.
«Yo ya sé, en este momento, que nunca dejaré de cantar, tocar y componer, y creo que tengo un grupo de amigos dispuestos a lo mismo —dice Jaime mientras señala a sus compañeros—. Si es por nosotros, mientras podamos tocar bien, lo seguiremos haciendo. Llega el momento en que uno toca mal, pierde el oído, la fineza... Ahí me retiro y me bajo del escenario, pero mientras podamos tocar, vamos a seguir. A ellos les veo la intención de seguir tocando, porque hacer discos es nuestra vida. Es lo que nos hace felices.
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