Cómo una casa que vio en 1996 la llevó a escribir durante 52 semanas
Durante más de 25 años, Verónica Jiménez no pudo sacarse una casa de la mente. Ahora escribe un proyecto único en tiempo real con entregas semanales
Por: Jorge Mora
Fotos: Oscar Medina
Hay casas que uno habita y casas que lo habitan a uno. A veces no lo sabemos de inmediato; la memoria, como el moho o la luz, se filtra lentamente en las paredes internas.
En 11401: Hipótesis sobre una casa, Verónica Jiménez (quien es autora del genial poemario Jale a patear hortensias) no solo escribe sobre una casa que la obsesiona desde 1996: se sumerge en los pliegues de la memoria y el lenguaje para entender cómo ese lugar —real o simbólico, habitado o imaginado— se volvió la excusa perfecta para hablar del yo, la familia, los libros, las heridas, la familia, los amigos y, por supuesto, el recuerdo de una época que ya no existe.
Este proyecto, que se despliega semana a semana desde hace ya varios meses a través de Substack (desde su cuenta llamada FuriaPatana, que comenzó con recomendaciones culturales, pero que hoy está de lleno dedicado a este proyecto), es muchas cosas a la vez: es bitácora, es experimento, es carta abierta, es ejercicio de escritura en tiempo real… Hay una casa, sí, pero también hay literatura costarricense, dudas sobre la identidad, referencias culturales, traumas, belleza, risas, rabia y un deseo radical de observar el mundo sin los filtros del algoritmo ni del archivo.
Hipótesis sobre una casa es escritura que se atreve a caminar sin mapa. Escritura que comparte el vértigo de no saber a dónde va. Y eso, precisamente, es lo que la vuelve tan viva. Por eso quisimos conversar con Verónica: para entender qué la llevó a abrir esta puerta, qué fue encontrando del otro lado y qué significa entregarse al gesto íntimo y colectivo de escribir sin certezas, pero con profunda honestidad.
Tu forma de narrar es como una corriente de pensamiento en expansión. ¿Cómo decidiste que este proyecto sería en tiempo real, abierto, sin estructura tradicional?
Empecé a escribirlo en enero del 2024, y pasé unos 8 meses pensándolo como un libro. O sea, yo solita, en mi casa, escribiendo un librito. La idea del proyecto siempre ha sido tener dos grandes momentos de escritura: primero, algo a partir de sólo mi memoria, sin investigar, ni preguntar, ni siquiera googlear nada; y después un proceso a partir de la investigación y búsqueda de información. No había terminado esa primera parte y me pasó que me encontré por casualidad en una feria a unas personas que tenían información sobre la casa y eso me hizo darme cuenta que yo no iba a poder contar lo que sea esta historia sin intervención de gente, gente que capaz que aún no conozco. Por eso tomé la decisión de empezar a publicar los textos, y que se convirtiera en una cosa, digamos más detectivesca, más de proceso y menos de resultado.
¿Qué significa para ti la palabra "hipótesis"? ¿Te da libertad, duda, juego, o una forma de evitar verdades cerradas?
Creo que me da la licencia de no tener que "encontrar" la verdad. Yo soy periodista, estudié periodismo cultural, y me peleé con el periodismo y llevo años huyéndole. Huyéndole tanto que hasta me puse a escribir poesía (jaja). Y con este proyecto me alcanzó. Inevitablemente, para este proyecto he tenido que usar muchas herramientas que son propias del periodismo, desde la investigación y la entrevista, hasta el famoso fact checking. Pero yo insisto e insistiré, que yo no estoy contando la historia de esta casa, ni de sus dueños, ni de su arquitectura. Porque si lo hiciera, la verdad lo estaría haciendo mal. La casa fue una excusa para meterme de cabeza en el tema de la memoria y para tener un objeto amuleto al que regreso una y otra vez y así darle sentido narrativo a lo que estoy escribiendo. Entonces hipótesis es como un escudito para decir: esto puede ser verdad y también puede ser que no.
¿Cuánto de este proyecto es una búsqueda de la memoria y cuánto una construcción literaria de ella? ¿Sientes que escribir modifica o reescribe lo que recordás?
Puta, creo que 50/50. Yo empecé sabiendo que me iba a meter de lleno en la memoria porque los primeros 15 textos son, literalmente, las cosas que yo recuerdo a mis cuatro años cuando conocí esa casa. Cuando terminé esa etapa de vaciar mis memorias y convertirlas en relatos literarios, la casa cambió para mí. Es que cuando uno escribe es mentira que lo hace desde la absoluta realidad. Las palabras tienen una capacidad impresionante de tergiversarlo todo. Yo recuerdo una luz que es mágica, casi trascendental, en el salón central de esa casa. Pero mae, capaz que no. Capaz que en los últimos 30 años, yo decidí que esa luz fuera así y entonces construí el recuerdo. Suena enredado y metafísico pero es divertidísimo: la memoria es una realidad nueva y yo lo que estoy haciendo es escribir historias de ficción a partir de esa realidad nueva.
Has logrado hilvanar temas como la casa, la familia, la literatura, las heridas personales y la historia cultural. ¿Cómo encontrás esos hilos entre elementos tan distintos y qué te guía a la hora de conectarlos?
Qué lindo sería tener una respuesta solemne y cargada de teoría literaria para esta pregunta. Pero la verdad es que pasa porque mi cerebro funciona así. Yo en la vida normal pienso en algo e inmediatamente pienso en 3 cosas que están relacionadas. Por eso tengo la capacidad de pensar en una idea y conectarla con algún libro que leí, o alguna canción relacionada o una escena de Gilmore Girls. Soy como un Chat GPT, pero más lenta y mucho más graciosa. La locura de este proyecto inicia con que yo tengo una memoria sobre Joaquín Gutiérrez en esa casa y en el camino me doy cuenta que la casa perteneció, además, a Isaac Felipe Azofeifa. Y eso cambió todo el proyecto: empecé a meterme con literatura clásica costarricense, con la historia política del país, con movimientos sociales de los años 60s. Y todo eso lo hice para tratar de encontrarme a mí misma y a mi historia familiar en esa historia costarricense de la que honestamente me he sentido desconectada toda mi vida. Soy yo tratando de darle sentido a cosas que se sienten enormes a partir de recuerdos que son diminutos.
Foto de Verónica de niña, en la mística casa de la que hoy escribe.
Por ejemplo, tengo un texto que inicia con la idea de que a mi novio le gusta que la casa esté oscura y a mí no, a mí me gusta mucho la luz. Entonces pienso en eso y digo: ah es que mi novio es un vampiro. Lo escribo. Inmediatamente me acuerdo de un poema de Felipe Granados donde habla sobre los vampiros y de cómo la luz es la música que les es negada. Lo escribo. Empiezo a anotar las canciones que conozco que hablan sobre la luz y sobre vampiros. Y pienso, puta, es que a mí lo que más me gusta de esa casa es la luz que tiene, entonces claro yo lo que estoy buscando es la luz porque yo no soy un vampiro. Y a partir de ese momento empiezo a pensar escenas de mi vida en donde la luz haya sido importante, en la realidad o poéticamente. Fotos que toma una amiga, encuadres que hace otro amigo, la oración que mis papás me enseñaron para alejar el miedo y la oscuridad. Y de repente, estoy escribiendo un ensayo sobre qué significa la luz, pasando por canciones de Rauw Alejandro, Rosalía y El mató a un policía motorizado. Bienvenidos a mi cerebro.
Has mencionado que no sabés a dónde lleva todo esto. ¿Cómo es trabajar dentro de esa incertidumbre sin tratar de dominarla?
Es el ejercicio de paciencia más grande que he hecho en mi vida. Yo soy ansiosa y tengo mucha necesidad de control. Acomodo mis calendarios de la semana desde el domingo por hora, minuciosamente. Y este proyecto ha sido puro dejar fluir. Tengo una lista enorme de posibles textos por escribir y pendientes desde hace meses, porque aparecen y aparecen cosas que no estaban planeadas. Y yo me dejo ir.
¿Cuánto de furiapatana vive en este proyecto y cuánto lo ha transformado? ¿Quién era furiapatana antes de 11401 y quién es ahora?
Esto es lo menos furiapatana que he hecho. furiapatana es como mi identidad digital, y está muy vinculado con eso, con furia, con indignación, con rabia, con activismo. Los años me han amansado, o me resigné, qué se yo. Lo cierto, es que este proyecto está más relacionado con la ternura, con la observación, con la nostalgia, con la dulzura. Con la infancia. Creo que mi primer libro era más furiapatana, y este segundo, que espero se convierta en libro, es mucho más Veritito, una niña de 4 años que se obsesionó con una casota.
¿Este proyecto podría terminar algún día o ya se convirtió en una forma de vivir la escritura?
Se tiene que terminar, y pronto. Cuando empecé, en el taller literario al que voy me decían que este podía ser un proyecto infinito. Y sí, porque puedo escribir un ensayo sobre cada autor costarricense clásico o puedo abarcar las miles de aristas que tiene esta casa. Entonces cuando decidí empezar a publicarlo, la Verónica del pasado le puso un freno a la locura sin saberlo. Son 52 entregas. Un año. Eso es. No más. En este momento tengo publicados 29 textos y tengo 6 listos para publicar. Me quedan 18 por escribir. Cuando llegue a 52, voy a cerrar esta etapa.
Termino en setiembre de este año. Cuando termine, quiero dormir, primero, y después, editar un libro. Convertirlo en libro. Pero eso implica cambiar todo. Yo no voy a imprimir los textos tal y como están hoy en el sitio. Quiero pasar por un proceso de edición y análisis para que lo que quede en el libro, funcione como libro.
¿Qué te ha enseñado sobre el tiempo esta forma de publicación semanal? ¿Cómo afecta tu manera de escribir saber que no podés controlar del todo el futuro del texto?
Que una semana es muy poco tiempo, jaja. Ha sido muy duro publicar semanalmente desde hace 8 meses. Es mucha breteada no pagada. Por necia, la verdad. Y sobre el tiempo, en el gran espectro de la palabra, me ha enseñado que uno dignifica mucho el pasado pero porque no lo entiende. A mí me apasiona pensar en Joaquín Gutiérrez, Isaac Felipe Azofeifa, Yolanda Oreamuno y Fabián Dobles echándose las birras y siendo jóvenes confundidos que escriben poesía, en vez de pensar en ellos como estos beneméritos de la patria súper lejanos. Verlos así me hace pensar en mis amigos, en mi entorno, en mi vida y me hace cuestionarme: bueno amiguis, ¿cuál es nuestro rol en la historia de este país? Me es más fácil involucrarme con el futuro de mi país si desmitifico el pasado.
¿Cuál es la diferencia entre escribir un libro como producto final y escribir una historia viva, con lectores que te leen al mismo ritmo que descubrís lo que escribís?
Es más divertido por un lado, y genera más presión por el otro. Cuando uno escribe un libro, especialmente en este país, a nadie le importa. Quiero decir, nadie está como preguntándole a uno que cómo va el libro. Ni que fuéramos Stephen King o el mae que nunca terminó Game of Thrones. Pero cuando uno promete entregas semanales, y hay gente que se engancha, la culpa es terrible cuando uno falla. Yo me he disculpado tipo influencer: "perdón chicos, es que se me murió mi perro". Ok, no tan así, pero no tan lejano a eso. Y sí se me murió mi perro. Y sí adopté una perrita. Toda mi vida ha cambiado y yo sigo escribiendo esta vara.
Lo lindo, es que es dopamina semanal. Sentir que uno está hablando con alguien. Que alguien está leyendo. Me hace confirmar que la literatura nunca es un proyecto individual. Es una construcción colectiva.
Si la casa desapareciera mañana, ¿seguiría existiendo este proyecto?
De fijo. Ojalá esa casa nunca la demuelan porque creo que contiene las memorias de mucha gente, más de lo que imaginamos. De gente de la que nunca vamos a saber. Pero, lo loco de la memoria es que siempre encuentra nuevos hogares. Aunque la casa desapareciera, ¿quién borra 100 años de familias, bodas, muertes, estudiantes, políticos, refugiados, escritores y poetas? ¿Y quién borra mi memoria, aunque sea inventada?
*Esta entrevista se realizó la última semana de abril del 2025*
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